domingo, 9 de julio de 2017

La abuela de todos





Tiene 84 años, es nativa del carismático pueblo de Congojas, en Cienfuegos, y desde hace dos años, aproximadamente, vive en Rodas, la cabecera municipal, en el Hogar de Ancianos que da cobertura a dos territorios, además, Aguada y Abreus. Tiene perfecta movilidad, amplia sonrisa, y unos bellísimos ojos azules.
Le pregunto con cierta reticencia, porque es una interrogante difícil en estos casos: ¿Tiene hijos? “No tuve”, ¿y su esposo, vive con usted acá? ¿Falleció? “No, nunca me casé ni tuve hijos, ¿no has escuchado que en todas las familias del campo siempre había una solterona? Ah, bueno, pues en la mía fui yo.

Y juro que en ese preciso momento, hubiese querido dar atrás, y no haber hecho la pregunta, que por incómoda, no borró la sonrisa de Blanca, sin embargo. Pequeña, de andar seguro, con su blusa de cuadritos rojos, negros y blancos, y unos ojos inquisitivos que me piden a gritos que le pregunte más.
“¿Que cómo está la comida? Unos días mejor que otra, pero se puede comer. Sí, acá me tratan muy bien, hay buenas condiciones y no siento la soledad, tengo de sobra con quien conversar”, Y quisiera preguntar más, ¿si es tía, dónde están los sobrinos, que fue de su casa, sus objetos personales…? Pero temo que su mirada se torne triste, y no más erráticas preguntas.
“¿Tú sabes? Aquí en el Hogar me dicen ojos bellos, y yo orgullosa, me dice mientras se incorpora a sus actividades habituales. Y me lamento de no tener más tiempo para Blanca, y se me quedan tantas preguntas en el tintero: ¿si le gusta la cocina, hacer dulces caseros, si sabe coser o tejer? Porque es que ella debió haber sido una hacendosa mujer y no la imagino sin una enorme prole. Allá se queda, en el hogar de ancianos, la opción que más le acomodó para vivir, acompañada de tantos abuelitos, y mi promesa de volver.

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